Me fascinan las calzadas portuguesas, me fascinan los calceteiros. Esa forma de tallar las piedras con destreza y rapidez para colocarlas sobre una superficie de gravilla. Me quedaría horas mirándolos, viendo como en poco tiempo, con sus manos pueden hacer las calles de Portugal por las que paseamos y embellecer así los pueblos y las ciudades. Y no sólo eso, son los mil y un dibujos que dibujan encajando piedras más oscuras de basalto entre las más claras de caliza.
Los mestres calceteiros son los magos del empedrado, se agachan durante todo el día, con lluvia, frío o calor, para fabricar alfombras de mosaicos.
Parece que estoy oyendo ese ruido propio de los martillos de los calceteiros, ese tic tic que me hipnotiza, yendo de la gravilla a la piedra que con unos golpecitos ya está lista para colocarse con sus compañeras. Juntas se combinan en geometrías imposibles que nos atrapan cuando caminamos por ellas.